domingo, 17 de agosto de 2008

Familia Jukes y Edwards (Tus decisiones afectan a otros)


Hace algún tiempo una revista de la ciudad de Nueva York publicó el estudio hecho acerca de dos familias norteamericanas. Por un lado estaba el hogar de Maximiliano Jukes, hombre incrédulo casado con una joven tan irreligiosa como él. Hasta la fecha en que se completó el citado estudio, se observó que sus descendientes fueron 1.026, de los cuales 300 murieron muy pronto; 100 fueron encarcelados por diversos delitos; 109 se entregaron al vicio y a la inmoralidad; 102 se dieron a la bebida. Toda esta familia costó al estado de Nueva York 1.100.000 dólares.
Por el otro lado se examinó la familia de Jonatán Edwards, hombre cristiano que se unió en matrimonio con una mujer igualmente creyente. Sus descendientes fueron 729, de los cuales 300 fueron predicadores; 65 profesores; 13 rectores de universidades; 6 autores de buenos libros; 3 diputados, y 1 vicepresidente de la nación. Esta familia no costó ni un solo dólar al estado.
La diferencia abismal entre ambas familias no obedece a la simple casualidad. Mientras la primera de ellas cosechó los resultados de despreciar el valor de la fe, la segunda disfrutó de prosperidad y benefició a la sociedad como fruto de una fe debidamente inculcada y practicada. El marcado contraste entre las referidas familias ilustra el poder innegable de la fe en Dios, como una fuerza espiritual que eleva y ennoblece los hogares donde se la cultiva sabiamente.
Una de las causas del descalabro mundial que tanto nos aflige—y que comienza por los hogares mal establecidos—es precisamente la ausencia de fe en el corazón del hombre y en el corazón de la sociedad: el hogar. Y como consecuencia de tal materialismo, descreimiento, insensibilidad espiritual e incredulidad, el mal prolifera por doquier y se desarrolla sin control. Es decir, la decadencia típica de nuestra civilización obedece a un abandono general de los valores permanentes que derivan de Dios y la fe en él.
Si la fe cristiana se cultivara en todos los hogares, no existiría rebeldía filial, ni delincuencia juvenil, ni adicción a las drogas, ni prostitución, ni ninguno de los males característicos de nuestros días.

1 comentario: